mardi 5 mai 2009

Confesiones parte uno

Durante aquella etapa, Marcos recordaba tan sólo como tomaba su pluma tallada en ébano y salía a pasear por el monte Creism cercano al lago. También llevaba su cámara encima por si hacía alguna fotografía que inmortalizase aquellos momentos de soledad y reflexión.
Allá por donde pisaba encontraba muchas conversaciones con personajes anónimos de la senda matutina de las verdes explanadas que se extendían alrededor del lago.
Devoraba los transeúntes diversos con historietas de la vida, construidas a base del pasado añorado y del presente soñado.
Moría de ganas de volver al sol del verano, y poder marcharse lejos del lago.
El tiempo transcurría cada vez más intenso y los hombres y las mujeres de Creism pasaban los días y las noches sin saborear el jugo de una historia novedosa, que pasaba ante sus nervios ópticos sin más.
Ensimismados en las tareas diarias de la dura rutina, Marcos miraba muchas muchachas a las que posiblemente pudiese amar, al menos por una noche; se cruzaban por las calles en direcciones opuestas, se miraban en autobuses contiguos o salían de los vagones del metro cuando él entraba, se cerraban las puertas y se quedaban mirando mientras él se alejaba dentro de un rectángulo metálico impulsado por un hilo de electricidad a la nada de la siguiente parada.
Entonces, llego Marina. Marina era espectacular, risueña y soñadora, idealista, princesa sin zapatos de tacón, con largo cabello rubio platino y ojos azules enormes, con la piel más suave que había tocado jamás y el sexo más dulce de su vida.
Tú ser me sabe a miel- le susurraba Marcos, en una de tantas noches en vela.
Una noche Marcos y Marina salieron a dar un paseo por los bares del pueblo más cercano a Creism. Bebieron en el bar de las almas perdidas y acabaron en el rincón del no sabemos donde estamos. Aquélla madrugada, los dos amantes se contemplaban el uno al otro sin mediar palabra. De una forma muy especial, Marina tomo las manos de Marcos con la delicadeza que la vestía siempre y las acerco a su mejilla, por donde resbalaba la que sería la última lágrima de este adiós.
Sin empañar las palabras ni darle un verso complicado, con una prosa triste, tardía, sincera y silenciosa, retiró sus manos, dió media vuelta y comenzó su huida...
Nunca volví a verla- me explicaba Marcos, entre lágrimas.

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