Cavilaba Carmen que hoy sería un buen día para salir al pueblo, pues era el día que ponían el mercado de frutas, verduras y demás en la plaza, donde siempre encontraba las hojas más aromáticas que Miguel seleccionaba para ella.
Transcurrían por las manillas del reloj las 11 de la mañana cuando, haciendo el desayuno rutinario de té de flores amarillas y tostadas calientes de pan de centeno con queso fresco, Carmen se percató del mal tiempo con el que hoy se habían despertado las plantas de su arrollador jardín.
Una pequeña mueca de estupor y un gesto de tristeza se dibujo de repente en su rostro ovalado, al pensar que había contado los días exactos para salir al exterior y el tiempo maldito había decidido estropearle su paseo tan ansiado.
Al fin, con su mantón rojo y sus labios carnosos insinuadores hoy en un tenue tono marrón, a juego con su tez, tomo el peine de la mesilla del dormitorio de arriba y cardo un poco su erizado cabello negro.
Aún pasado este pequeño ritual, Carmen reflejaba una mirada decaída con aires de desolación. El paso de los días en su más profunda soledad, desde que Esteban se fue, había mellado su espíritu jovial.
Al salir de la casa, Carmen observo el buzón de reojo. Caminaba lentamente, deslizando sus zapatos de esparto por la senda asfaltada, agrietada y amenazada de hierbajos muertos, sintiendo como si el sonido de su caminar se clavase en las vértebras de su espalda delgada, sintiendo como si los puñales del pasado la obligasen a girarse y correr al oxidado buzón.
De pronto, como un vuelco de sensatez y una luz de ilusión, se volvió hacía el buzón, dejando atrás el camino que conducía a la verja verde y corriendo desesperadamente. Guiada siempre por su esperanzado corazón de hielo, Carmen introdujo sus finas manos temblorosas en el buzón. Tiempo muerto para su corazón...
...El tacto de sus dedillos contra el grueso sobre del interior del buzón hizo que sus pequeños ojos ausentes y aguisantados tornaran el brillo de una almendra recién caída del almendro; fijos, perpetuos e inmóviles, observaron el sobre durante unos minutos, ajenos al tiempo y a las tempestades, pudieron leer el remitente...
"Cuentos para Morir de Noche"
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire