lundi 20 avril 2009

Mujeres

Dos mujeres acuden a la consulta del médico un martes por la tarde a las dieciocho treinta. Desconocidas, pero espejos reflejos de su misma dolencia, sin darse cuenta entablan una conversación en la sala de espera, mientras una de ellas guarda su cajetilla de cigarrillos con cierto nerviosismo.
Resulta curioso remover entre su corazón y su estómago, son tan iguales, tan distintas, son, tal vez, hermanas desde siempre. En el umbral del tiempo, donde los ciruelos son rojos y las bellotas amargas caen de las encinas en primavera, se habían querido tanto que a veces sentían que iban a estallar.

Minutos más tarde, una de ella abandona la sala y entra en la consulta del doctor.

Sin dejar de pensar en las palabras de la otra mujer, se tumbo sobre la camilla con enormes focos de luz sobre su cabeza, esperando que el médico la explorase. Su cuerpo permanecía en tensión desde hace semanas. Sus pasos ya no eran calmados y serenos, había un inhóspito laberinto de vueltas y revueltas en su interior que no dejaba pasar esa pequeña angustia. El médico de bata verde y aspecto rudo llego dando un portazo y desplomando sus papeles sobre una mesa enfrente suya. Sus ojos permanecían clavados en los del médico. Los pelos se erizaban tras el manto verde que le recubría, las sensaciones se acentuaban. Las yemas de los dedos recubiertas por fino látex blanco paseaban por el pecho de la mujer nerviosa, escuchando las palpitaciones y anotando rápidamente notas desordenadas en un folio negro.


De pronto, el médico se separó de la mujer y redacto su diagnostico.

"Usted no puede girarse. Su espalda esta bloqueada, por ello camina hacia atrás, dando tumbos y obstaculizando su camino con los objetos que se caen ante las bandadas de pasos inconscientes y a ciegas que da. Deberá tratar con cautela su trastorno, de lo contrario, su caso desembocará en asesinato del alma de forma crónica. Cuidese y no tome tantas pastillas"

Salió a la sala de espera con enorme confusión, buscando con sus pupilas hinchadas las de la otra mujer de ojos marrones. No la encontró, ya se había ido, y sobre el suelo yacía un papel que decía:

"He tenido que irme con el primer rayo de sol, porque pensaba que deje la puerta del hotel abierta y la cama estaba sin hacer. Las sábanas manchadas de sangre de la noche anterior mantenían la última prueba del amor que se respiro en esta habitación. Espero que me comprendas, mujer, tenía que ir a recogerlas. Nos veremos, como cada martes del año pasado, en la antesala del doctor, hasta que todo esto haya finalizado. Sin más, Suerte".

Sin flaquear en su compostura, guardo el papel y salió de la antesala de aquélla peluquería. Por fin había comprendido el gris de algunos compuestos minerales, el transparente del agua cristalina del lago de al lado de su casa y el cielo azul que recubre Madrid en el mes de Junio.


A la mujer más guapa de mi vida, Carmen...

2 commentaires:

India a dit…

ooo!!tu si que eres guapa hermana!
claramente lo nuestro es neurosis cronica..
pero bueno, seremos dos locas por el mundo intentando capturar los recuerdos de lo que fue bello y digno de recordar...por suerte nos tenemos la una a la otra (y una futura casa) y muchos médicos que visitar...jajaj
quizás algún dia encontremos la cura...

te quiero con toda mi alma.
un abrazo enormeeee!!!
fuerza!!!

Sara a dit…

Por el cafe de esta tarde y muchos más con historias que contar.

Te quiero!