mercredi 15 avril 2009

Sencillo



La tarde huía sin decir nada en el rojizo corazón de Teresa.

Mientras esperaba sentada al pie de la calle Mentira, observaba con curioso esmero los niños que reboloteaban a su alrededor, embadurnándose la piel de alegría y haciendo metáfora de la ingenuidad de la vida temprana, de la inocencia feliz, de las sonrisas puras...

Al poco tiempo llego Marco, justo cuando Teresa le estaba imaginando con sus manos frías, sobre lo más alto de su pecho, como aquel día en la casa del desconsuelo tardío: eran menos de las siete, diríamos que las dieciocho cuarenta de la tarde cuando los vasos de vino estaban medio llenos y el impulso amoroso supero la ficción de las nocturnidades de recuerdo y soledad, y sus labios calientes besaban las últimas décimas de fiebre de su vientre perfecto...

- Hola Marco...

Sin más preámbulos, obviando los protocolos, que poco le agradaban desde que era joven, decidió darle la llave de su tesoro más preciado. Con sus oscuros ojos saltones, disfrazados de misterio tras su halo de colorido rosáceo del mantón que le cubría la cara, con tintes seda azul añil dibujando espirales en su rostro acastañado, cogió la mano del muchacho y así le dijo:

...Aquí tienes el único regalo verdadero que, en vida, consideró oportuno hacerte; puesto que las leyes caóticas de la física entre tú y yo no conocen de los límites del dulce pastel del amor y si del roce de la locura de las carnes apretadas con sabor a naranja, de los dedos usurpando los rincones de las húmedas mañanas sin lluvia, tengo que entregarte la llave que se perdió y que espero nunca encuentres, desde lo más eterno de mi constante contradicción...

Sin mediar palabra, y con sonrisa amorosa, Marco, que atrapaba su mirada en las flores verdes de los adoquines de aquélla plaza, sólo supo que responder el trueno de la incoherencia de su interior:

- Abrazame, como si fuera ahora la primera vez, como si me quisieras hoy igual que ayer...

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