Alguién me agarra del brazo en una curva.
Flotaba en el aire una respiración tranquila, casi sin escuchar los sonidos de una noche en calma, disfrutando de la medio soledad, alguién me agarra y hace que camine.
El duende con traje blanco, corbata azul y barba postiza me observaba implacable, pasivo y contundente. En mi sueño tal vez significase algo.
Abro los ojos. Abro los ojos y notó que he estado fuera de mí, como en un viaje, un viaje con cielos rojos y amarillos. Las pestañas se pegan, unas con otras, parpadeo y mis pupilas, al límite de la dilatación no ven, perciben formas espirales, colores rojos y movimientos borrosos...
En el viaje también había un lugar: estabamos dormidos, cansados, sumidos en nuestra elocuencia del bienestar, hacía calor, calorcito, y tomábamos vino, vino dulce, en vasitos pequeños, muy pequeños.
Unas horas más tarde, paseabamos por un pueblo pequeño, como de cuento, con enormes abedules verdosos, parques con fuentes sin agua, casitas bajas deshabitadas y... y la estación de tren.
Cogí el primer tren hacía algún lugar. La luz daba un ambiente tétrico, artificial, por lo que preferí dormir, dormir y soñar, soñar contigo, pues no cogiste el tren. Sin entender muy bien tu mirada, permaneciste inmóvil, reflexivo, contemplativo, como casi inerte.
Cuando llegué sentí el miedo que siente un desconocido en medio del mar. Donde estoy. El duende me abandonó en mi medio soledad de ayer; ahora un hombre alto, robusto y con rostro preocupado me acompañaba por el medio de esta ciudad.
Tenía mis manos atadas fuertemente, con una cuerda de esparto, de resistencia poco elástica y pesadas fibras. Hay mucha gente. Hay mucho ruido, muchos gritos, hombres con maletines corriendo deprisa hacía callejones oscuros; mujeres protegiendo bebés y niños asaltando tiendas de pan; coches, muchos coches, muchas luces intermitentes que susurran por aquí.
Con los pies descalzos, las manos a la espalda, un atuendo blanco de telas de cortinas viejas, el pelo por delante y por detrás, andábamos deprisa entre los murmuros y las miradas. El hombre alto no descansaba en su destino, pero aún quedaba mucho para llegar...
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