Su obra más conocida, criticada y alabada: El Grito, del cual se hicieron varias versiones, y es el reflejo de su propia vida, hijo de un padre severo y árido, Edvard tuvo que ver la muerte de su madre y la agonía de su hermana.
El paisaje del fondo es Oslo, y los dos personajes que se alejan por los que siempre nos preguntamos son dos amigos del pintor; éstos personajes, aún no siendo la parte central de la obra, tienen una función esencial ya que gracias a ellos, que no se inmutan con la deseperación del autor, se nos envuelve en una sensación de silencio y desamparo. El personaje central, que grita y se tapa los oídos para no oir su propia angustia, es atormentado, delirante, psicótico y fuerte, es el propio pintor huyendo de sí mismo. Las líneas, los colores y las formas geométricas difuminadas nos dan una sensación de movimiento extraño y perdido en un tiempo y un espacio.
Antes de la II Guerra Mundial, el cuadro fue calificado como arte demente y perturbador y fue prohibido a las mujeres embarazadas que lo vieran por su estado. Posteriormente, y en especial tras el régimen nazi, el Grito pasó a formar parte de una gran obra del expresionismo alemán, atreviéndome a afirmar que es el cuadro padre de este movimiento en todo su esplendor.
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